An. R. Acad. Nac. Farm. 78, 4, 2012 - page 179

A. G. BUENO
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con las palabras y las ideas de quienes, en los años de postguerra, supieron elevar
el nivel de la investigación realizada en España a cotas próximas a las de los países
de nuestro entorno europeo y que ahora nos proporcionan un valioso material
para la historia y para la meditación.
Cada autor aporta, sobre un guión flexible proporcionado por la editora, el
relato de su propia vivencia, de sus recuerdos de ese ‘camino de rosas con todas
sus espinas’ que constituye su historia. No hay dogmas, no hay intereses que
dirijan a los protagonistas hacia una idea preconcebida, no hay direccionalidad
hacia unas conclusiones predeterminadas que resulten ‘políticamente correctas’.
Cada testimonio es una reflexión personal -­‐más o menos crítica, más o menos
compartida-­‐ sobre la realidad social, política y económica en la que le tocó vivir.
Las vivencias y las experiencias se contemplan siempre de forma subjetiva; y así se
nos muestran en este volumen compilatorio; es el lector quien, de la lectura de
todas las aportaciones, deberá formar un juicio crítico de las dificultades -­‐y de los
logros-­‐ de la investigación en los años de post-­‐guerra, de los mecanismos
utilizados para aumentar la visibilidad internacional de nuestro trabajo y de los
esfuerzos por hacer llegar a la sociedad los beneficios que la investigación conlleva.
Es mucho lo que se ha avanzado en la investigación biomédica en España;
entre las mermadas ayudas gestionadas a través de ‘apoyos personales’ y las
políticas científicas bosquejadas por la Comisión Asesora de Investigación
Científica y Técnica (1958) y desarrolladas por la Comisión Interministerial de
Investigación Científica y Técnica (1986) que pusiera en vigor la Ley de fomento y
coordinación general de la investigación científica y técnica (1986) -­‐ya de por si
toda una demostración pública de interés por la ciencia-­‐, existe un evidente
avance; desde los oscuros sótanos de las Facultades universitarias, espacios
desechados para actividades docentes, a los modernos centros de investigación –
algunos en exceso ampulosos-­‐ hay otro indudable avance; desde unos hospitales
concebidos como refugio de pacientes crónicos o incurables a los actuales espacios
de atención especializada, con centros de investigación anejos diseñados para
avanzar en la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, se
observa otro marcado avance. La inversión ha dado sus frutos; desde ocupar un
lugar irrelevante en el ranking internacional a que alguno de los centros de
investigación española –y de los investigadores que en ellos trabajan-­‐ se sitúen
entre los diez primeros del mundo (SIR World Report 2012. Global Ranking),
también hay un incuestionable avance.
Este progreso se debe, en parte, al aumento de la financiación -­‐pública y
privada-­‐, pero sobre todo al esfuerzo –continuo y perseverante-­‐ de quienes pese a
la inestabilidad profesional, la complejidad de compaginar la vida profesional con
la personal, el menguado beneficio económico, la presión burocrática y la rigidez
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