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La tendencia de los utopistas a  intervenir en el acto, sin  esperar una

                        reforma  general de la sociedad adquiere en ese sentido un valor
                        permanente de estímulo (Benevolo, 1992, p.114).

                  La utopía,  pues, ha de ser valorada como fuerza motriz para el progreso de la
                  Humanidad. Así asumida, reúne las condiciones para trascender su convencional

                  acepción  como “no-lugar” (“u-topos”), pasando a concretarse en la  Ciudad Ideal
                  (Roa Bastos, 1995). Y es en tal afán donde la filosofía utopista ha hallado
                  históricamente en la Universidad una aliada  eficaz  (Fernández, 1995). No pocos
                  autores han avalado semejante constancia:


                        Desde su origen las Universidades siempre han luchado denodadamente
                        por mantener su independencia (…) Indudablemente su modelo, único y
                        exclusivo, fue siempre el de la utopía. (Bonet, 2014, p.23)

                  Adentrarse en el sentido utopista obliga a mencionar a Santo Tomás Moro. En su
                  icónica obra “Utopía”, que generó una vasta herencia, se describía la vida en dicho

                  escenario, mencionando expresamente la educación:

                        La mayor parte consagra estas horas de tiempo libre al estudio. Antes
                        de salir el sol se organizan todos los días cursos públicos. Sólo están
                        obligados a asistir a ellos los que han sido elegidos personalmente para
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                        estudiar. (Moro, 1516, p.126)

                  También procede recordar a Bloch, quien defendía la “utopía concreta”, como ideal
                  de esperanza conclusiva:  “Bien entendido: conociendo  y eliminando lo
                  irremediablemente utopístico, conociendo y eliminando la utopía abstracta. Lo que
                  entonces queda, el sueño inacabado hacia adelante, la docta spes”  (Bloch, 1977,

                  p.117).

                  Pues bien, la Arquitectura ha acompañado tradicionalmente toda esa alianza entre
                  utopía y planificación, al constituirse en expresión plástica de esa misma utopía.
                  Como realidad tangible y corpus material, se ha encargado de arraigar la dimensión
                  utopista de la Universidad, a su lugar histórico, social y  urbanístico. Por ello, el

                  espacio físico es una herramienta insoslayable cuando se trata de estrechar los
                  vínculos entre las instituciones docentes y su entorno.
                  Utopía en la Universidad: hitos arquitectónicos en el tiempo



                  A lo largo de la historia, la utopía nunca ha abandonado a la Universidad (García
                  Barrientos, 2002), iluminando sus pasos  desde épocas remotas hasta la


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                     Obra de Santo  Tomás Moro, publicada en  Leuven, en 1516. (Versión  española,  Madrid: Alianza
                  Editorial (2004)

                  40| Pablo Campos Calvo-Sotelo, Rui Lobo, Rogelio Sevilla
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