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moderada y una inmoderada idiocia. Isabel II gozó de una buena salud. Sólo tuvo algunos
trastornos gastrointestinales debidos a sus malos hábitos alimenticios que propiciaron una
gordura incipiente, transformada en obesidad tras su matrimonio; pese a ello es más conocida
por su liviandad amorosa que por su amor excesivo a la comida.
Entre los gobernantes mundiales
ninguno ha tenido tanto poder, en el mundo
contemporáneo, como los presidentes de los
Estados Unidos de América. Entre ellos hay
uno, el vigesimoséptimo, William Howard Taft,
gobernó entre 1909 y 1913 y fue francamente
obeso. Hombre de metro ochenta de altura, llegó
a pesar ciento cincuenta y ocho kilogramos,
pese a que estuvo casi toda su vida a dieta y
controlado por los mejores especialistas de su
época. Antes de ser elegido para presidente fue
Procurador General de los Estados Unidos,
Gobernador General de Filipinas, Secretario de
Guerra y Gobernador temporal de Cuba.
Siguiendo los consejos de Nathaniel E. Yorke-
Davies adoptó una dieta muy moderna, exenta de grasas y baja en calorías. Escribía a su
médico dos veces a la semana, llevaba un control diario del peso y contrató a un entrenador
personal que le hacía montar a caballo, pese a lo cual estuvo toda su vida adelgazando y
recuperando lo perdido.
Entre los cantantes de ópera es tan frecuente la aparición de la corpulencia que el
imaginario popular los presenta casi siempre obesos. Baste recordar a Monserrat Caballé, en
sus mejores momentos o al fallecido Luciano Pavarotti, aunque hay otros varios en la
actualidad que no cumplen con el cliché preconcebido mediante el cual se identifica potencia y
calidad bucal con rotundidad física.
También el estereotipo de los actores de cine o teatro les hace parecer delgados, si
pensamos en ellos de improviso. Las excepciones, entre las máximas estrellas masculinas son
frecuentes. No así entre las féminas.
Figura 16. William Howard Taft. Presidente de
Estados Unidos de América (1909-1913).