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nuevos usos aristocráticos con su personaje Gargantua, con dieciocho papadas, un vientre
descomunal y su complexión
maravillosamente
flemática.
En el Renacimiento, sin embargo, el
principio de rechazo de la gordura no viene
acompañado de una apología de la delgadez,
asociada a lo patológico, sino de la consecución de
un equilibrio.
El médico y agrónomo francés Jean Liébault
en su
Tres libros sobre el embellecimiento y
ornamento del cuerpo humano
, afirma que
la
obesidad es más conforme con la belleza que la
delgadez
.
3.5 Barroco.
Durante el siglo XVII continúa la situación ambigua respecto a la gordura. La excesiva
se condena, como hace Louis de Rouvroy, Duque de Saint Simón en sus
Memorias
con
respecto al Príncipe de Mónaco a quien califica de
gordo como un tonel, incapaz de ver más
allá de su barriga
. Sin embargo, el hombre de sangre real, alto, considerablemente gordo, pero
sin ser achaparrado, de aspecto distinguido y noble, sin ninguna rudeza, le parece
estéticamente agradable.
Durante ese mismo siglo la obra de Pedro Pablo Rubens evidencia un gusto personal
por la voluptuosidad de la carne, pese a que al mismo tiempo exprese, personalmente, la
voluntad clásica de la esbeltez. Su obra es tomada, en la actualidad, por un ensayo, en
ocasiones desmesurado, sobre los efectos de la gordura. La misma fascinación que presenta,
en la actualidad, el pintor y escultor colombiano Fernando Botero, en una época en que la
obesidad está completamente estigmatizada, a diferencia del siglo XVII, en que todavía se
mantenía una cierta ambigüedad.
Figura 11. Baco de Pedro Pablo
Rubens. Galería degli Uffizi (Florencia).