Prólogo
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RÓLOGO
Hace algún tiempo ya, disfruté de un sabático con motivo de llevar veinticinco
años de trabajo en la Universidad Complutense de Madrid.
Empleé ese periodo sin docencia en ordenar y redactar las investigaciones
efectuadas a lo largo del tiempo sobre la terapéutica farmacológica clásica. La
sistematizada por Galeno en el siglo II a partir del texto de Pedacio Dioscórides
anazarbeo, luego transmitida al Oriente bizantino, asimilada y reformada por los
árabes, restablecida en la Europa occidental cristiana y utilizada, con modificaciones
puntuales, hasta producirse el gran cambio epistemológico en la terapéutica
farmacológica durante el siglo XIX. Una manera de curar a los enfermos poco útil
desde el punto de vista tecnológico y de la eficacia y seguridad de los tratamientos,
de muy larga duración debido a la dificultad de conciliar los avances en las hipótesis
científicas con respecto a la naturaleza y a los seres humanos, con su aplicación
tecnológica en forma de medicamentos útiles, eficaces y seguros, en donde el
empirismo, más o menos eficaz en sus inicios, se vio empañado por explicaciones
científicas inexactas que dieron lugar a una tecnología farmacológica equivocada, muy
difícil de desterrar de la práctica cotidiana por la delicadeza del agente al que van
dirigidos: los seres humanos enfermos.
No sólo deseaba efectuar un estudio erudito y académico, sino relacionarlo con
las obras literarias de varios autores de literatura fantástica, quienes habían escrito
obras muy estimables sobre plantas, animales o minerales fabulosos valiéndose
mayormente de su imaginación, cuando los descritos en los texto científicos
anteriores al cambio paradigmático en las distintas disciplinas y en la terapéutica
farmacológica resultaban tanto o más sugerentes que los inventados por el genio de
los literatos.
Mientras me encontraba perfilando la redacción de un texto que iba a resultar
excesivamente prolijo, me hicieron el honor de aceptarme como miembro de número
de la Real Academia Nacional de Farmacia.