An. Real. Acad. Farm. vol 79 nº 4 2013 - page 151

Gloria Redondo Rincón, Antonio González Bueno
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uso (…) se observó este fenómeno con la aparición de las sulfamidas;
posteriormente, con la de los antibióticos, y en la actualidad, con otras
drogas de eficacia verdaderamente notable, pero cuyo precio, muy elevado,
repercute, en efecto, en la economía del seguro (…) (34)
Me interesa hacer constar, para mayor claridad en la comprensión
del problema general de la prestación farmacéutica, y sencillamente por
pura información de los señores procuradores, que el seguro obligatorio de
enfermedad ha dejado a la industria química y a las farmacias españolas un
beneficio, en cinco años, de pesetas 553.966.689,73. Este beneficio se
obtiene de aplicar el 15 por cien para la industria químico-­‐farmacéutica, el
12 por 100 para el almacenista y el 25 por 100 para las farmacias, sobre los
1.261 millones largos que importa el suministro durante cinco años, que,
como son detracciones sucesivas, representa el 43,9 por 100 de la cantidad
total (…) quiero aclarar a este respecto que el 12 por 100 del almacenista y
el 25 por 100 de beneficio que el farmacéutico obtiene son beneficios brutos
-­‐no ocurre lo mismo con el 15 por cien del preparador, que es líquido-­‐ y que
de ellos tiene que deducir los gastos generales, que no son pequeños…” (35)
Aunque el discurso de José Antonio Girón parecía una mera relación de
cifras fácilmente comprensibles, tenía un fin muy meditado: por un lado,
informaba sobre el ‘ajustado’ equilibrio económico del Seguro dejando ver que la
propuesta de incremento de márgenes de algún sector daría lugar al desequilibrio
y, por otro lado, recordaba que el Seguro podía disponer de farmacias y
laboratorios propios; se trataba de una clara advertencia a ambos sectores,
especialmente a los farmacéuticos, utilizando un lenguaje acorde con el Régimen:
“Cualquiera de vosotros que tenga una ligera experiencia comercial
sabe que, partiendo de un 25 por 100 de beneficio bruto, no quedan grandes
márgenes de utilidades, y hasta pueden resultar cifras catastróficas si se
tiene en cuenta el enorme riesgo que caracteriza a estos negocios. ¿Qué
remedio cabría aplicar? Entre elevar los costes de los productos para poder
garantizar a los farmacéuticos una utilidad que hoy parece que no tienen,
con lo cual agravaríamos la situación financiera del Seguro y condenar a una
benemérita clase a prestar un servicio tan voluminoso sin compensación
que valga la pena, ¿no cabría una solución intermedia?, ¿no cabría que el
Seguro dispusiera de laboratorios propios y de farmacias propias en los que
bastaría con cubrir los gastos? Esta solución no perjudicaría a nadie, puesto
que antes de la existencia del Seguro existía la industria químico-­‐
farmacéutica y la carrera farmacéutica, sin que a causa del Seguro se hayan
hecho nuevas instalaciones apreciables, que, en caso de existir, serían
absorbidas por el Seguro. Tal vez algún día vosotros, señores procuradores,
tendréis que considerar este problema y resolverlo. Ese día, si vosotros
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