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través de aquellas experiencias culinarias y gastronómicas del pasado que en
muchos casos son irrepetibles.
Dado que el alimento produce respuestas tanto neuronales como
endocrinas, no es de extrañar que un alimento con una forma, tamaño, color,
apariencia, sabor
familiar
pueda afectar el humor y la felicidad de un individuo en
virtud de las preferencias o aversiones y esto a su vez condicionar un estado
posterior de salud que a su vez redunde en la felicidad. Es imaginable que el
disconfort después de una comida pesada afecte al humor y al estado de ánimo
de manera negativa. Al contrario el consumo de una larga comida lleva a felicidad
o bienestar, incluyendo relax, contento y sueño (71).
La siesta tan Mediterránea, tan española, estimula la producción de
melatonina y ayuda a un buen equilibrio de neurotransmisores que se relacionan
con la felicidad (93). Respetar la siesta implica distanciar la comida de la cena y
hacer factible el periodo de saciedad y recompensa de los alimentos a través de
la regulación de opiáceos endógenos y endocannabinoides.
Marañón (94) comentaba que
el hombre se sienta a la mesa para gustar de
manjares exquisitos, satisfaciendo la voluptuosidad del paladar y la euforia de
una buena digestión
. El ser humano no queda satisfecho comiendo los nutrientes
necesarios prescritos en un régimen balanceado, se exige además relación con el
acto de comer. Cada individuo, cada sociedad tiene un tipo alimentario diferente,
existiendo una relación dinámica entre lo que se desee ser y lo que sus alimentos
le permiten ser. No somos lo que comemos, comemos lo que somos, buscamos
en todo momento lo que nuestra memoria, nuestra cultura, nos inculcó y lo que
consideramos debemos comer (71,74).
Uno de los aspectos claves en el papel que juegan los nutrientes en
nuestra felicidad, es la creación de simbolismo. A través de la comida y lo que se
relaciona con ella, a través de memorizar y recordar se contribuye claramente a
gratificar, a buscar repetidamente aquello que pertenece a nuestro acervo
familiar, grupal, social, cultural. Ciertos alimentos contribuyen a mejorar
sensiblemente estos aspectos implicándose en una de las funciones más
importantes de nuestro cerebro,
la capacidad cognitiva
(50,95). Mediante ella se
desencadenan procesos de selección y memorización con los que se integran en
Áreas cerebrales asociativas no sólo las características de los alimentos y de la
acción de comer, sino de la atención dirigida, de la capacidad de abstracción, de
verbalizar procesos, de realizar planes a partir de experiencias y producir nuevas
relaciones (10,11,95,96).
Al recordar emociones pasadas a través de atributos de los alimentos se
ponen en marcha múltiples circuitos neuronales (10-13). ¿Quién no ha recordado