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El problema es entender, en las diversas épocas, lo que se entendía por alimento. En la
actualidad comprendemos bien su diferencia con el medicamento, pero esa rígida
diferenciación tardó muchos siglos en realizarse. El primero que distinguió entre alimento,
medicamento y veneno fue Galeno. Para él, el primero es aquello que servía para mantener el
organismo, sin causar modificaciones en su naturaleza. El medicamento serviría para causar
cambios beneficiosos en la naturaleza individual y el veneno produciría alteraciones maléficas
en la naturaleza de quien los ingiere.
Una vez sabido eso, Galeno se inspiró, para su terapéutica, en la obra de Pedacio
Dióscorides Anazarbeo (s. I):
Materia Medicinal
y concluyó que los vegetales son
fundamentalmente medicamentos, los animales, alimentos (son los que aparentemente tienen
una “naturaleza” más similar a la nuestra) y los minerales, venenos.
Sabemos pues que la Ciencia, durante todo el tiempo que el galenismo está en vigor –
prácticamente hasta principios del s. XIX- va a recomendar a los seres humanos que su dieta
alimenticia se componga, fundamentalmente, de animales de granja, de caza o pescados. Ese
gusto por la carne va a ser tal que la propia Iglesia católica establecerá días de abstinencia, en
donde sólo se permitirá comer pescado a aquellos carentes de bula y tal bula será concedida,
entre otros, a los enfermos.
La dieta occidental durante la mayor parte de la Historia va a ser carnívora y entre las
carnes sólo se va a hacer diferencias por sus grados de humedad o de teóricos contenidos
flemáticos, no por sus grasas o calorías y esa orientación va a ser propiciada por los
conocimientos científicos. Los vegetales, por su teórica acción medicamentosa y su
potencialidad de producir cambios en la naturaleza individual, van a utilizarse lo menos
posible, con grandes precauciones y nunca como base de la alimentación.
Nos encontramos ante un primer impedimento histórico para hablar de la “intemporal”
dieta mediterránea. Quienes en el Mediterráneo se alimentasen, principalmente, de pan y
vegetales, hasta bien entrado el siglo XIX, serían pobres de solemnidad. Si conseguían
sobrevivir con esa dieta lo harían muy a su pesar y con el gran deseo de poder alimentarse
como las personas pudientes.
Otro gran impedimento para hablar de la intemporalidad de esa dieta lo constituye la
agricultura viajera. Muchas de las plantas que forman parte de la misma: tomate, pimiento,
patata y, en menor medida, el maíz, fueron introducidos en Occidente por las expediciones