La curación de la Peste: sobre todo las medidas espirituales
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mundo con sus lanzas, luces y centellas; también fue muy venerado el cuerpo
incorrupto del beato fray Luis de Beltrán
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.
Uno de los santos más invocados como protectores, durante la Edad Media, fue
San Sebastián (s. III). Nacido en Narbonne, en el seno de una familia milanesa, era
muy querido del emperador Diocleciano (243-313), quien le confió el mando de la
primera cohorte. Perseguido a causa de su fe cristiana se le condenó a morir
asaetado, tal vez en el monte Palatino. Curado de sus heridas merced a los cuidados
de una piadosa viuda, se apareció al tirano como un fantasma. Lejos de asustarse o
arrepentirse, mandó matarle, en esta ocasión mediante la flagelación y arrojar el
cadáver al lugar más inmundo de Roma, la Cloaca Máxima; de allí recuperaron su
cadáver los cristianos para darle sepultura en las catacumbas de la vía Apia.
En la antigüedad fue muy popular. Tercer patrón de Roma y protector de la
Peste, con iglesias erigidas por todo el mundo. En un inconsciente reencuentro con las
tradiciones sanitarias pretécnicas en Grecia, las flechas que le traspasaron se tomaron
como símbolo del dardo epidémico, de la misma manera que los lanzazos de la
imagen valenciana antes mencionada
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.
También se rogó mucho a San Miguel Arcángel. Él es el caudillo del ejército de
los santos, el Capitán del cielo, el vencedor del Dragón en el Apocalipsis, el arcángel
guerrero enfrentado al amotinado Lucifer al grito de ¡Quién como Dios! El vencedor
de las sombras y el protector –en lo más alto del castillo de Sant’Angelo, en Roma- el
anunciador del fin de la Peste
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.
El tercer gran defensor de la epidemia, a consecuencia de su propia biografía,
es San Roque. Nacido en Montpellier de alta cuna, quedó huérfano muy joven y
repartió sus bienes entre los pobres para hacerse peregrino. En la Toscana, asolada
por la Peste, se hizo taumaturgo. Consolaba, cuidaba y curaba milagrosamente. Su
fama se extendió por toda la región; pasó a Roma y finalmente a Plasencia, siempre
en los lazaretos, arriesgando su vida para curar en nombre del Señor. De tanto andar
84
Francisco GAVALDÁ,
Memoria de los sucesos particulares de Valencia, y su provincia.
Op., cit.
85
Carlos PUJOL,
La casa de los santos. Un santo para cada día del año,
Madrid: Rialp, 1991, pág. 35
86
Carlos PUJOL,
La casa…
op., cit., pág. 327